domingo, 29 de noviembre de 2015

Reacciones

Puse en tela de juicio todos mis recuerdos, los contrasté con mis sentimientos, calculé el tamaño de algunos con la intensidad de otros. Analicé tus miradas, medí el efecto de esos estímulos sutiles que estás acostumbrada a regalarme:

Rozarme con tus dedos, inesperadamente.
Dejar los labios a una distancia poco prudencial de los míos al despedirte.
Esas sonrisas fugaces de complicidad cuando entendíamos algo que otros no.

Intenté comportarme como científica, plantear objetividad ante todas esas ganas que muestras y me deshacen en un suspiro.

Llevé mi cuaderno de notas, en él esperaban listas de cotejo para recabar los datos de tus coqueteos.
Busqué en tu pasado los antecedentes, cómo te comportabas con ellos, tu forma de celarles, tan parecida a como me celabas a mi.

Cronometré cada una de nuestras conversaciones, las miradas, el contacto, los suspiros.

Enumeré tus sonrojos después de todos los "que bonita te queda la blusa". 
Usé mis conocimientos en metodología y te vi como el experimento de mi vida.

Y sin embargo,
toda la información acumulada, clasificada y jerarquizada se esfumó rápido, como el humo del cigarro que fumábamos esa tarde cuando te acercaste a mi, seductora como siempre, y me plantaste un beso, provocando la mayor reacción química en mi cuerpo desde que te conocí.

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