Te puedo decir muchas cosas que aun no sabías. Verdades ocultas bajo el velo de la amistad, mentiras que me hice creer para no pensarte. Te puedo decir que siempre te comparé con un abismo, la sensación de caer, e incluso con la incertidumbre de sumergirme en el agua sin saber su profundidad.
Te puedo decir que tomarte de la mano era prepararme para el camino al cielo, aun sabiendo que tu lo sentías como lo que realmente era, tomarme de la mano para cruzar a la otra calle.
Te puedo decir que te soñé de todas las formas, en todos los lugares y con todas tus sonrisas, con esas miradas que me quitan y me devuelven el aire. También que deseé no haberte conocido y lo lamente un segundo después, porque no conocerte me hubiese dejado vacía, justo como estaba antes de que llegaras, con ese aire de ser doctora y las ansias de curarlo todo, pero resultaste ser la única enfermedad de la que no hay remedio, el amor.
No se si pueda llamarlo amor, si hay algo que se parezca a la sensación de volar estando en el suelo es esa, y era justo como me hacías sentir con tus costumbre de saludarme con un beso tan cerca y tan lejos de los labios.
Creo que eso era lo peor, tan cerca que estábamos de conocer todo la una de la otra y tan lejos de saber lo que yo realmente sentía. Me torturaba escuchar las tristezas de tus lagrimas por un hombre que no te hacía volar como a tu a mi y el que no supieras el efecto producido por tus halagos, esos “Que linda te queda la blusa” que me sonrojaban el corazón.
Te puedo contar las sonrisas estúpidas que se producían en mi mente cuando decías algo gracioso o los gestos de niña malcriada cuando te molestabas conmigo.
Tengo una caja de cartas y poemas llenos de confesiones a los que nunca me paso por la mente colocarle el destinatario, aun ahora que puedo contarte todo esto sin que se me arrugue el corazón de melancolía no me atrevería a entregártelas.
Te escribí todas la noches, a ti, a tu rostro de niña y tus andares de mujer grande que me conquistaron los malos pensamientos. Escribí historias sin finales para que nunca terminara, escribí incluso una tesis sobre si el color de tus ojos era o no mejor que el del café, nunca pude llegar a la conclusión de si eras más adictiva que él o si era yo la que me empeñaba en querer consumirte de más.
Tú que no dabas señales de quererme un poquitico más de como yo quería que me quisieras, y yo queriéndote tanto que me tenía que voltear cuando tratabas a alguien como me tratabas a mi. Me daba rabia hasta que te miraran en la calle, porque así te quería mirar yo en un universo paralelo donde te sonrojaras y me dijera “basta”, pero no, yo ocultaba tan bien esto que te estoy contando, y ahora me miras como anonada, no se si me crees loca, pero si lo haces te digo que los loco aman mejor que los cuerdos.
Ahora me dices que tú también debes contarme cosas que nunca me contaste, me dices que a veces me piensas como no deberías, que te da miedo que yo no te piense y río porque no hay nada que haga mejor sino pensarte. Que en vez de cartas, tienes una melodía creada para mi personalidad de idiota. Y no se si reír esta vez o llorar porque han pasado tantos años en los que sentido esto para que vengas con lagrimas en los ojos a reclamarme no haberlo confesado.
En el fondo, te veo con esa mirada en las pupilas, esa que nunca había visto, entiendo que si es amor, y sino hay una palabra que describa mejor la multitud de mariposas que me embriagaron cuando me tocaste la cara para acariciarme, entonces yo la invento para nosotras. Y te invento todo lo que pidan tus sueños, y te erijo un castillo de sentimientos bonitos para que intentemos vivir felices sin final.
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