viernes, 31 de octubre de 2014

En el IPod suena una canción de Alí

     Voy saliendo del trabajo a las cuatro de la tarde para ir a la universidad, mientras bajo en el pequeño ascensor me coloco uno de mis más preciados objetos, la verdad no sé qué haría sin él, es casi miniatura y apenas abarca el tamaño de la palma de mi mano, el IPod, ese que en los momentos de tristezas parece tener todas las respuestas, las letras de ánimo adecuadas, la mejor compañía en los despechos y la guía en mis momentos de inspiración. Está en el único modo que puede estar para sonar en concordancia con la vida, el modo aleatorio. 

     Written six hundred songs, only twelve get sung, eighty seven thousand cigarettes have passed through these lungs…Y comienzo a pensar en las cosas que no tengo a mis veinte años, un apartamento lejos del seno de mama, con una hamaca para dormir la siesta y una nevera llena de cerveza, un televisor pantalla plana para ver el partido los domingos, casi puedo materializar ese deseo mientras alzo mi brazo izquierdo, se detiene la camioneta, me aseguro que me lleve al Silencio antes de dar unas buenas tardes tan venezolanas como el colorido transporte. Me siento en el primer puesto y la ventana deja de ser ventana para convertirse en… Ando buscando un pajarito del amor que solía volar a mí alrededor que me daba besos al volar… En ese momento todo cambia, hay un camino rodeado de árboles y ligeramente a través de la melodía puedo distinguir el sonido del aleteo de un pájaro que vuela a mí alrededor

     Solo el corto espacio de tiempo en el que termina una canción para comenzar otra logro darme cuenta de donde estoy y a donde voy, la camioneta va haciendo su recorrido desde mi partida, Chacaito hasta el silencio, mi destino. El camionetero hace su trabajo de guía, mientras yo me pierdo en la utilidad de perderse en la música. Aunque sé que la música no debe extraviarnos sino más bien encontrarnos, y reconciliarnos con lo que pasa a nuestro alrededor… Con mis pezuñas de cordero me propuse a recorrer el continente entero, sin brújula, sin tiempo, sin agenda… Se interrumpen esos pensamientos por otras imágenes nuevas. Estoy en el aeropuerto, con pasaporte en mano, las ganas, el miedo y la sensación de exilio en el bolsillo, me veo parada allí despidiéndome de todos…Aprendí que mi pueblo todavía reza porque las “fucking” autoridades y la puta realeza todavía se mueven por debajo’ e la mesa…

     La Av Bolívar aparece y con ella todo el folklore, los grafitis en las paredes, los hippies haciendo malabares, estudiantes de la Universidad Experimental de las Artes maquillándose en la calles, señoras que se montan con sus “buenas tardes“ y el que “calor está haciendo“, el camionetero que les exige a los estudiantes el ticket estudiantil, estos bajándose apurados sin pagar el pasaje. Y de la nada, el IPod que es tan caprichoso y le gusta mostrarme imágenes de lo que quisiera tener salta de Calle 13 a Ali Primera… Qué triste se oye la lluvia en los techos de cartón, que triste vive mi gente en las casa de cartón… Sube un tipo de unos treinta años con las ropas un poco sucias y los pantalones roto, lleva en los brazos a una niña, no debe pasar los tres años pero ya su rostro denota una cierta madurez, en su mirada hay hambre y se aferra a un pedazo de pan. El papá mira a todos antes de sentarla en el puesto justo a mi lado, se arma de valor, mira a su niña quien le devuelve la mirada que sin ella saberlo le regala el empujón que necesita… Arriba, deja la mujer preñada abajo está la ciudad y se pierde en su maraña…

     “Buenas tardes señores pasajeros, sé que esto es muy incómodo, verán señores yo trabajo como ayudante de cocina en un restaurante en la Av Bolívar, señores es mitad de quincena, yo cobro sueldo mínimo, y no me alcanza para todos los gastos“… Niños color de mi tierra con sus mismas cicatrices millonarios de lombrices… No deja de retorcerse las manos, mira apenado pero con cierto valor en su mirada, por un momento dejas de ver su ropaje y ves en él lo que es en realidad un hombre necesitado… “Mi esposa me está esperando en la habitación, pero no me alcanza el dinero para pagarla, a mí de verdad no me importaría pasar la noche en la calle señores, pero yo tengo una hija y una esposa y con ellas dos no puedo arriesgarme“… Qué triste se oye la lluvia en las casas de cartón qué lejos pasa la esperanza en los techos de cartón… Saco mi monedero que también está roto, y busco un billete de 10bs, se los doy en la mano antes de que termine su discurso, y miro al frente sintiéndome culpable.

sábado, 11 de octubre de 2014

No sé si es amor



     Te puedo decir muchas cosas que aun no sabías. Verdades ocultas bajo el velo de la amistad, mentiras que me hice creer para no pensarte. Te puedo decir que siempre te comparé con un abismo, la sensación de caer, e incluso con la incertidumbre de sumergirme en el agua sin saber su profundidad.

     Te puedo decir que tomarte de la mano era prepararme para el camino al cielo, aun sabiendo que tu lo sentías como lo que realmente era, tomarme de la mano para cruzar a la otra calle.

     Te puedo decir que te soñé de todas las formas, en todos los lugares y con todas tus sonrisas, con esas miradas que me quitan y me devuelven el aire. También que deseé no haberte conocido y lo lamente un segundo después, porque no conocerte me hubiese dejado vacía, justo como estaba antes de que llegaras, con ese aire de ser doctora y las ansias de curarlo todo, pero resultaste ser la única enfermedad de la que no hay remedio, el amor.

     No se si pueda llamarlo amor, si hay algo que se parezca a la sensación de volar estando en el suelo es esa, y era justo como me hacías sentir con tus costumbre de saludarme con un beso tan cerca y tan lejos de los labios.

    Creo que eso era lo peor, tan cerca que estábamos de conocer todo la una de la otra y tan lejos de saber lo que yo realmente sentía. Me torturaba escuchar las tristezas de tus lagrimas por un hombre que no te hacía volar como a tu a mi y el que no supieras el efecto producido por tus halagos, esos “Que linda te queda la blusa” que me sonrojaban el corazón.
     Te puedo contar las sonrisas estúpidas que se producían en mi mente cuando decías algo gracioso o los gestos de niña malcriada cuando te molestabas conmigo.

     Tengo una caja de cartas y poemas llenos de confesiones a los que nunca me paso por la mente colocarle el destinatario, aun ahora que puedo contarte todo esto sin que se me arrugue el corazón de melancolía no me atrevería a entregártelas.

     Te escribí todas la noches, a ti, a tu rostro de niña y tus andares de mujer grande que me conquistaron los malos pensamientos. Escribí historias sin finales para que nunca terminara, escribí incluso una tesis sobre si el color de tus ojos era o no mejor que el del café, nunca pude llegar a la conclusión de si eras más adictiva que él o si era yo la que me empeñaba en querer consumirte de más.

     Tú que no dabas señales de quererme un poquitico más de como yo quería que me quisieras, y yo queriéndote tanto que me tenía que voltear cuando tratabas a alguien como me tratabas a mi. Me daba rabia hasta que te miraran en la calle, porque así te quería mirar yo en un universo paralelo donde te sonrojaras y me dijera “basta”, pero no, yo ocultaba tan bien esto que te estoy contando, y ahora me miras como anonada, no se si me crees loca, pero si lo haces te digo que los loco aman mejor que los cuerdos.

     Ahora me dices que tú también debes contarme cosas que nunca me contaste, me dices que a veces me piensas como no deberías, que te da miedo que yo no te piense y río porque no hay nada que haga mejor sino pensarte. Que en vez de cartas, tienes una melodía creada para mi personalidad de idiota. Y no se si reír esta vez o llorar porque han pasado tantos años en los que sentido esto para que vengas con lagrimas en los ojos a reclamarme no haberlo confesado.

     En el fondo, te veo con esa mirada en las pupilas, esa que nunca había visto, entiendo que si es amor, y sino hay una palabra que describa mejor la multitud de mariposas que me embriagaron cuando me tocaste la cara para acariciarme, entonces yo la invento para nosotras. Y te invento todo lo que pidan tus sueños, y te erijo un castillo de sentimientos bonitos para que intentemos vivir felices sin final.