Voy saliendo del trabajo a las cuatro de la tarde para ir a la universidad, mientras bajo en el pequeño ascensor me coloco uno de mis más preciados objetos, la verdad no sé qué haría sin él, es casi miniatura y apenas abarca el tamaño de la palma de mi mano, el IPod, ese que en los momentos de tristezas parece tener todas las respuestas, las letras de ánimo adecuadas, la mejor compañía en los despechos y la guía en mis momentos de inspiración. Está en el único modo que puede estar para sonar en concordancia con la vida, el modo aleatorio.
Written six hundred songs, only twelve get sung, eighty seven thousand cigarettes have passed through these lungs…Y comienzo a pensar en las cosas que no tengo a mis veinte años, un apartamento lejos del seno de mama, con una hamaca para dormir la siesta y una nevera llena de cerveza, un televisor pantalla plana para ver el partido los domingos, casi puedo materializar ese deseo mientras alzo mi brazo izquierdo, se detiene la camioneta, me aseguro que me lleve al Silencio antes de dar unas buenas tardes tan venezolanas como el colorido transporte. Me siento en el primer puesto y la ventana deja de ser ventana para convertirse en… Ando buscando un pajarito del amor que solía volar a mí alrededor que me daba besos al volar… En ese momento todo cambia, hay un camino rodeado de árboles y ligeramente a través de la melodía puedo distinguir el sonido del aleteo de un pájaro que vuela a mí alrededor
Solo el corto espacio de tiempo en el que termina una canción para comenzar otra logro darme cuenta de donde estoy y a donde voy, la camioneta va haciendo su recorrido desde mi partida, Chacaito hasta el silencio, mi destino. El camionetero hace su trabajo de guía, mientras yo me pierdo en la utilidad de perderse en la música. Aunque sé que la música no debe extraviarnos sino más bien encontrarnos, y reconciliarnos con lo que pasa a nuestro alrededor… Con mis pezuñas de cordero me propuse a recorrer el continente entero, sin brújula, sin tiempo, sin agenda… Se interrumpen esos pensamientos por otras imágenes nuevas. Estoy en el aeropuerto, con pasaporte en mano, las ganas, el miedo y la sensación de exilio en el bolsillo, me veo parada allí despidiéndome de todos…Aprendí que mi pueblo todavía reza porque las “fucking” autoridades y la puta realeza todavía se mueven por debajo’ e la mesa…
La Av Bolívar aparece y con ella todo el folklore, los grafitis en las paredes, los hippies haciendo malabares, estudiantes de la Universidad Experimental de las Artes maquillándose en la calles, señoras que se montan con sus “buenas tardes“ y el que “calor está haciendo“, el camionetero que les exige a los estudiantes el ticket estudiantil, estos bajándose apurados sin pagar el pasaje. Y de la nada, el IPod que es tan caprichoso y le gusta mostrarme imágenes de lo que quisiera tener salta de Calle 13 a Ali Primera… Qué triste se oye la lluvia en los techos de cartón, que triste vive mi gente en las casa de cartón… Sube un tipo de unos treinta años con las ropas un poco sucias y los pantalones roto, lleva en los brazos a una niña, no debe pasar los tres años pero ya su rostro denota una cierta madurez, en su mirada hay hambre y se aferra a un pedazo de pan. El papá mira a todos antes de sentarla en el puesto justo a mi lado, se arma de valor, mira a su niña quien le devuelve la mirada que sin ella saberlo le regala el empujón que necesita… Arriba, deja la mujer preñada abajo está la ciudad y se pierde en su maraña…
“Buenas tardes señores pasajeros, sé que esto es muy incómodo, verán señores yo trabajo como ayudante de cocina en un restaurante en la Av Bolívar, señores es mitad de quincena, yo cobro sueldo mínimo, y no me alcanza para todos los gastos“… Niños color de mi tierra con sus mismas cicatrices millonarios de lombrices… No deja de retorcerse las manos, mira apenado pero con cierto valor en su mirada, por un momento dejas de ver su ropaje y ves en él lo que es en realidad un hombre necesitado… “Mi esposa me está esperando en la habitación, pero no me alcanza el dinero para pagarla, a mí de verdad no me importaría pasar la noche en la calle señores, pero yo tengo una hija y una esposa y con ellas dos no puedo arriesgarme“… Qué triste se oye la lluvia en las casas de cartón qué lejos pasa la esperanza en los techos de cartón… Saco mi monedero que también está roto, y busco un billete de 10bs, se los doy en la mano antes de que termine su discurso, y miro al frente sintiéndome culpable.